Digamos que el arte es un mundo. Digamos que el arte es el mundo. Digamos que el arte es lo único que está fuera, aparte, separado de este mundo. Que el arte es el hombre, que el arte es esencias (destilaciones), que el arte es el diálogo. ¿En qué se parecen los acordes ditirámbicos de la música a las gruesas pinceladas de la pintura? ¿Es un color lo más abstracto o lo más concreto? Podría ser que el arte es el activador de las preguntas que no quieren respuesta, siendo el símbolo de la contradicción entre el hombre y su entorno.
La obra de Berta Kolteniuk es verdaderamente una creación artística en todo su sentido. El acto de crear requiere de tijeras, proyectores, y mucha imaginación: más que imitar la realidad, se trata de interpretar y delimitarla. Hay que encontrar un equilibrio entre lo transparente y lo sugerente, lo introspectivo y lo extrovertido, la luz y la sombra, que no tenga aspecto de intermedio. Y en el mundo de la pintura, como en el de cualquier arte, se deben suspender los conceptos: hay que olvidar el lenguaje y crear uno propio. Kolteniuk elige el del color. Un lenguaje efectivo no necesita de diccionarios o claves para ser decodificado; a lo mucho una explicación funciona como un color puesto al lado del otro: para ver el primero de una manera distinta, para darnos cuenta que el amarillo al lado del rojo ya no es el mismo amarillo. Justamente como la obra de Kolteniuk, que nos reta a realizar este tipo de reflexiones.
El arte llega al cuerpo, al corazón, a los rincones más oscuros de la memoria, y le hace cosquillas al intelecto, que olfatea siempre en busca de verdades simples que lo sorprendan y que a la vez se le hagan conocidas. Ella también logra esto, dejando las teorías a un lado y valiéndose de su intuición y sensibilidad que naturalmente acceden al color para expresarse.
Una contradicción del arte es que mientras más puro y claro sea el lenguaje artístico, más nos lleva a la sinestesia. Los colores de los cuadros de Berta suenan, cada panel tiene la personalidad de una nota musical. Como en la música, su arte se basa en la composición y la yuxtaposición de elementos unitarios (como en la poesía también, las letras y las palabras; reitero la correspondencia entre distintos lenguajes). Así logra ser libre y limpio, plural y ordenado, estético y radical. Las cuatro columnas de paneles intercambiables son un piano vivo de posibilidades para el artista consciente y visionario: Kolteniuk nos demuestra que en una estructura fija con unidades básicas está contenido el infinito.
Y por si esto no fuera suficiente, apenas es el principio. Apenas es la apertura a la propuesta de esta artista que no se contiene por mucho tiempo; siempre crece y se renueva. Se van agregando instrumentos a la orquesta: el blanco es un espectro en sí mismo y el contraste de texturas otro diálogo interesante, ejemplificado con el yeso. Un cuadro como Kínder nos puede hacer conscientes de la fuerza de los detalles para transformar toda la obra, utilizando los mismos elementos pero cambiando completamente el tono. Los frisos, por otro lado, mantienen el tono y de cierta forma la composición, pero nos recuerdan que el volumen y la profundidad también son una variable y nos recuerdan que la artista no le ve límites a la definición de cuadro. Todas estas alteraciones, a la vez sutiles y atrevidas, nos provocan un asombro que se representa con la imagen de ingeniosamente colocar un objeto al lado de otro, y luego eso al lado de otro, indefinidamente y con un ritmo visual marcado.
Viendo la trayectoria de su arte, Kolteniuk también cumple con ese requisito de todo buen artista: tener una evolución coherente pero que sí, valga la redundancia, evolucione. Una evolución donde se mantiene la personalidad inconfundible del artista y los elementos de su lenguaje pero donde se ven las posibilidades, infinitas como las combinaciones de sus paneles en las torres, de responder a su entorno e ir modificando las reglas del juego, como un cambio de alfabeto. También esta evolución representa esa yuxtaposición que sostengo como fundamental: sus proyectos y propuestas crecen y se revalúan al ser puestas una al lado de la otra.
Sin saber los detalles de su vida, conocemos a Berta Kolteniuk en la medida que ella ha sido los estremecedores paisajes de su primera obra, los hilos y telas danzantes de Urdimbre, el vacío imponente de Antártica, y el cromático clímax de su posterior desarrollo. En estas manifestaciones plásticas, un psicólogo podría analizar sus traumas, un sociólogo la guerra de Iraq, un poeta ver metáforas de sus metáforas, y un músico sus composiciones. Por eso la contemplación del arte es algo que mejor se hace con silencios y en sí mismo, en un estado de humildad. Este texto es únicamente el esfuerzo del intelecto por explicar el valor de lo que intuye.
La obra de Berta Kolteniuk es verdaderamente una creación artística en todo su sentido. El acto de crear requiere de tijeras, proyectores, y mucha imaginación: más que imitar la realidad, se trata de interpretar y delimitarla. Hay que encontrar un equilibrio entre lo transparente y lo sugerente, lo introspectivo y lo extrovertido, la luz y la sombra, que no tenga aspecto de intermedio. Y en el mundo de la pintura, como en el de cualquier arte, se deben suspender los conceptos: hay que olvidar el lenguaje y crear uno propio. Kolteniuk elige el del color. Un lenguaje efectivo no necesita de diccionarios o claves para ser decodificado; a lo mucho una explicación funciona como un color puesto al lado del otro: para ver el primero de una manera distinta, para darnos cuenta que el amarillo al lado del rojo ya no es el mismo amarillo. Justamente como la obra de Kolteniuk, que nos reta a realizar este tipo de reflexiones.
El arte llega al cuerpo, al corazón, a los rincones más oscuros de la memoria, y le hace cosquillas al intelecto, que olfatea siempre en busca de verdades simples que lo sorprendan y que a la vez se le hagan conocidas. Ella también logra esto, dejando las teorías a un lado y valiéndose de su intuición y sensibilidad que naturalmente acceden al color para expresarse.
Una contradicción del arte es que mientras más puro y claro sea el lenguaje artístico, más nos lleva a la sinestesia. Los colores de los cuadros de Berta suenan, cada panel tiene la personalidad de una nota musical. Como en la música, su arte se basa en la composición y la yuxtaposición de elementos unitarios (como en la poesía también, las letras y las palabras; reitero la correspondencia entre distintos lenguajes). Así logra ser libre y limpio, plural y ordenado, estético y radical. Las cuatro columnas de paneles intercambiables son un piano vivo de posibilidades para el artista consciente y visionario: Kolteniuk nos demuestra que en una estructura fija con unidades básicas está contenido el infinito.
Y por si esto no fuera suficiente, apenas es el principio. Apenas es la apertura a la propuesta de esta artista que no se contiene por mucho tiempo; siempre crece y se renueva. Se van agregando instrumentos a la orquesta: el blanco es un espectro en sí mismo y el contraste de texturas otro diálogo interesante, ejemplificado con el yeso. Un cuadro como Kínder nos puede hacer conscientes de la fuerza de los detalles para transformar toda la obra, utilizando los mismos elementos pero cambiando completamente el tono. Los frisos, por otro lado, mantienen el tono y de cierta forma la composición, pero nos recuerdan que el volumen y la profundidad también son una variable y nos recuerdan que la artista no le ve límites a la definición de cuadro. Todas estas alteraciones, a la vez sutiles y atrevidas, nos provocan un asombro que se representa con la imagen de ingeniosamente colocar un objeto al lado de otro, y luego eso al lado de otro, indefinidamente y con un ritmo visual marcado.
Viendo la trayectoria de su arte, Kolteniuk también cumple con ese requisito de todo buen artista: tener una evolución coherente pero que sí, valga la redundancia, evolucione. Una evolución donde se mantiene la personalidad inconfundible del artista y los elementos de su lenguaje pero donde se ven las posibilidades, infinitas como las combinaciones de sus paneles en las torres, de responder a su entorno e ir modificando las reglas del juego, como un cambio de alfabeto. También esta evolución representa esa yuxtaposición que sostengo como fundamental: sus proyectos y propuestas crecen y se revalúan al ser puestas una al lado de la otra.
Sin saber los detalles de su vida, conocemos a Berta Kolteniuk en la medida que ella ha sido los estremecedores paisajes de su primera obra, los hilos y telas danzantes de Urdimbre, el vacío imponente de Antártica, y el cromático clímax de su posterior desarrollo. En estas manifestaciones plásticas, un psicólogo podría analizar sus traumas, un sociólogo la guerra de Iraq, un poeta ver metáforas de sus metáforas, y un músico sus composiciones. Por eso la contemplación del arte es algo que mejor se hace con silencios y en sí mismo, en un estado de humildad. Este texto es únicamente el esfuerzo del intelecto por explicar el valor de lo que intuye.
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