11 ago 2010

Crisis

Hace mucho tiempo, cuando era joven, hubo un momento en el que volví a nacer. Tuve que revaluar todo; simultáneo a un hastío y un profundo absurdo por haber llegado al fondo, conocí el encanto del espejo y las posibilidades que había de estarme creando siempre y de hacer la vida lo que yo quisiera. Caminaba con música en el cuerpo, bailaba, me perdí en la selva oscura. Verdaderamente como un niño, me dio un impulso implacable y divino por jugar. Sin embargo, no de un niño era la inestabilidad que manejaba, ni la risa de loca, ni las lágrimas de desesperación, ni los oídos cerrados, aturdidos por ruido. No era capaz de tararear para anular la voz de mi mamá diciéndome qué hacer; ya no tenía la ingenuidad de una niña. Mi renacimiento fue una sacudida, caída tal vez; la pérdida de algo sin ganancia cierta para compensarlo, aunque algo que quizá valía la pena perder. O ya era hora. O quién sabe, más bien la crisis fue que no lo pude soltar. Del todo. Algunos le llaman fe, otros sentido. Yo daba marometas intentando agarrarme no sólo de eso, sino de un sinnúmero de cuerdas colgantes. Pero ya no creía en ninguna. Ya colgaban de las nubes y yo flotaba sobre un río. Entonces quería no querer agarrarme de nada. Quería ser parte del movimiento, o quedarme bien quieta. Fluir, coordinar, estar en paz. Cuando la inquietud comienza a matarte en vez de hacerte sentir viva, te dejas de aspiraciones de ser como Rimbaud y te llama mucho más la idea de ser un sabio meditabundo. Colgar piernas cruzadas de un árbol. De cabeza. De ser un animal. Después de haber sido humano. (Ser niño. Después de haber sido adulto). (Experimentar con la insensibilidad 2, después de la hipersensibilidad, cúspide de la escala de los tipos de sensibilidad, de menor a mayor, empezando con insensibilidad 1). Escalas ¿circulares? ¿espirales?

La sensibilidad siempre fue un tema en el amor: el que yo creía más puro, cuando te enamoras únicamente de cómo es una persona y no de quién es, lo que existía era una compatibilidad de sensibilidades. Pero también me preocupaba no subestimar la sensibilidad que no era como lo mía: me sorprendía lo poéticas que se volvían las personas al hablar de su propia sensibilidad y me sentía culpable por haber sido tan ciega y un tanto… insensible. Nacía un amor mucho más interesante, que enseñaba a crecer, y quizá se agotaba más rápido pero tenía fe en que podía ser lo contrario, el más sólido. También perdí esa fe en poco tiempo.

¿Cómo emprender el camino a la paz? ¿Cómo articular la acción en una vida absurda? Quizá reconociendo que lo complicado de la filosofía de uno es separable de lo complicado de la vida misma. La crisis ahora era por decidir qué ser. Sabía que era una decisión, síndrome de no saber a quién apoyar en un argumento: todos los puntos me parecían legítimos. En otro sentido, insuficientes para serlo más que los demás.

Pero yo tampoco tenía la respuesta, y las palabras qué mundo revelaron ante mi individualidad. Me malacostumbraba a escribir en segunda persona. Aún más ególatra que llenar de “yo” la página: la estaba diciendo a los demás que les pasa lo mismo. Ya era muy cierto que sola, mejor acompañada, pero ahora cuando cerraba los ojos soñaba con el mundo que me rodeaba. Lo externo se volvió la fijación.

Yo vacilaba entre muchos pasillos del laberinto: hay letreros en las entradas de los pasillos que uno debe leer. Y luego pensar…

El mundo sensorial no me haría “mejor persona” (menos narcisista). Así justificaba las vueltas que daba en mi cabeza, porque era más importante que sentarme sólo a ver y escuchar. Pero sí había una posibilidad de que hundiéndome en ese mundo sensorial encontrara un equilibrio y una ¡vaya! felicidad que tendría un efecto en mi pequeño entorno, y finalmente, me despreocuparía. También sería aislamiento: en mí, ese camino conduciría a la misma pérdida de mi identidad. El mundo externo, el que masticaba y digería en mi cabeza, tenía un sabor más vivo y más sólido que el de mi propio reflejo, que sería con lo que jugaría si concluyera que la gran mayoría de mi experiencia vivencial es incomunicable. Seguía viviendo por la comunicación y creyendo en ella. Pero ahí encontraba un error, porque querer comunicar constantemente mi experiencia vivencial también era una fijación con el espejo. Y creer en algo así me volvía a causar dilema.

¿Qué pasaría si perdiera las palabras? Ése era mi verdadero miedo. Sin la palabra no tenía nada, ¿qué certeza? No me dejaba distraer, pero a veces debía obligarme. Debía obligarme a sentir el pasto y reírme por el ángulo del edificio y recordar que estoy sorbiendo un té delicioso y reír por lo gracioso y olvidar mis obsesiones, que tanto me permitían asociarlo todo, construir mi mundo incomunicable donde todo tenía ese tono. ¡Qué melancolía! Y sí lo hacía, sí me distraía. Son ratos.

Intenté dividir mi tiempo. ¿Qué no ven que eso es el tiempo? Nuestro pase automático entre máscara y máscara… ¡hay que jugar! Decidí ser más activa, concentrarme, ejercitar mi cuerpo, aprender a ver. Pero vivir para comunicar. Para cantar. Para sonreír por lo menos y así besar la belleza que veía. Ser luz. Y crear el verbo. Creer en el verbo. Cuando quería únicamente escuchar, leer era la mejor forma. ¡Bellas y complejas reflexiones, vivas y resignadas a la vez, de voces de otros! Nada de presión, lo que ellos me querían decir que yo escuchaba cuando quería y porque a ellos los elegí. Hay que ser selectivos. La mayor libertad a la que podemos aspirar es la de no tener que convivir forzadamente con lo que no encajamos. Sentir, ya sea por ilusión o porque realmente logramos encontrarlo y / o dejar que se acomode, que estamos viviendo lo que nos corresponde. Era un verdadero goce y me sentía privilegiada, pero también sufría mucho no alcanzarla por completo. Culpando ahora a mi entorno, me sentía trágicamente atorada en un mundo sobrepoblado y de gente invasiva que muchas veces me hacía dudar de mí misma. El infierno son los otros. Y volvía a lo mismo, aunque tenía mis libros y mis palabras todavía y me refugiaba en ellas.

Un maestro mío lo dijo un día, y sonreí por el placer de sentir, como pretendía hacer todo el tiempo, que estaba en el lugar adecuado. Dijo que falta mucha “efervescencia juvenil sobre el hecho lingüístico”. Y que eso se explora en los ensayos, finalmente. Los ensayos de creación, that is. Los que abren mundos.

En esta ruptura, oleaje de encrucijadas, apareció la tentación de la esquizofrenia cuando la fe en lo comunicable menguaba, pero la obsesión por las voces seguía igual de viva. Tenía una libreta para mis voces y una libreta para las voces de otros… lecturas y clases, principalmente. Reconocer a varios dentro de mí me enajenó de un mundo poblado de Narcisos. Así lo veía yo: “Narciso –el emblema de la humanidad”. Comenzaban mis personalidades a debatirlo, y hacía las voces de personas más felices que yo, y la voz del que no intelectualiza. Personas enteras, con unidad. Sobre todo las que ganaban el argumento.

“Ay, pobre, se proyectó. Se identificó con el mito, que es finalmente un tipo psicológico”.

“¡Pero se nos olvida que el mito no siempre se vio así. Antes eran afirmaciones sobre la humanidad. Era naturaleza ‘divina’, del hombre finalmente”.

“¿Así que nos clavaremos con los mitos?¿Y por qué ése? ¿Y entonces la imaginación es respuesta , reacción a la realidad? No podemos olvidar… ¿qué prejuicios artificiales tiene? Por un lado los mitos, el imaginario colectivo, la evolución histórica y dirigida, digerida, del pensamimento humano. ¿Entonces sólo tu voz individual vale? Ya entiendo por qué elegiste el mito de Narciso…”

“¡Mi punto es ése! Sólo me atrevo a decir que todo el mundo llega a eso, y es tan a su forma, en lo que los distingue, en lo que los hace orgullosos de ‘estar viviendo’, que no cabe otra forma de comunicar que la de traducir esa esencia, y hemos construido un imaginario, un lenguaje y referencias, como los mitos, para hacerlo. Pero promovemos ser conscientes y no nos la creemos, entonces somos, finalmente, Narcisos sueltos en el bosque que saben que sólo aman (porque sólo tienen realmente) su propio reflejo. Se ha ido aviniendo: el cuerpo es una cárcel, la vida terrenal es una sombra, pienso luego existo, yo nací ya muerto en este mundo y estoy rodeado de fantasmas. Muchos lo han dicho”.

“Interesante. Estás tan seguro de tu inseguridad que casi me has convencido, y estás acostumbrado a creer que puedes, si te expresas bien. Pero no, yo no lo vivo así y no me importa cuántos sí y lo hayan dicho, también habrá para cada uno varios críticos y también críticos de esos críticos y no me interesan. A mí no me traba. Yo sí me enamoro del bosque, aunque no crea en los mitos o no en todos, o no en la necesidad de realmente creerlos, en fin entiendo el fenómeno de Dios y creo que vivo libre de él sin susitituirlo por ‘razón’ u otra droga, y entonces puedo enamorarme de la vida misma y también de su parte demoniaca. Sí juego y no sólo me masturbo. Y definitivamente intento evitar los masoquismos. Eso de ser Narciso, ¡qué dolor auto-infligido! Quienes lo veían embobado con su reflejo, muriendo por ello, sentían una profunda tristeza. Pero si te gusta la masturbación más que el sexo y el placer de doler y arder, sé un buen Narciso, uno que no se preocupa porque los demás sean como él. ¡Ni siquiera se acercan los demás a su grandeza! No le interesan. Ni siquiera me has convencido de que eres realmente narcisista, mucho menos los demás.”

Muchas veces estos personajes que me alegaban mis dudas e inquietudes las nulificaban y me daban fuerza. Era yo muy atormentada por tener delirios de psicóloga, filósofa y literata. Mi fijación por las palabras se ligaba al pensamiento, a que siempre estamos pensando y queramos o no es en palabras. Sentir con el pensamiento, hacer que el pensamiento nos dé sentido, qué vago sueño de esas tres personalidades. Los psicólogos, concluí, leen el pensamiento de los otros. Se los explican. Son los más self-righteous. Filósofos cuestionan e intenta llegar al origen. Buscan la duda pretendiendo esclarecer. Son los más locos, absurdos, contradictorios (adjetivos ambivalentes, como ellos). Los literatos juegan con sus propias palabras. Y sí, las de los otros.

Decidí ser más literata que lo demás pero sin ignorar que también tenía los otros impulsos. Fue la manera de divertirme más y sentir que creaba al mismo tiempo. De sentir que no hablaba con fantasmas, ni de que me imponía, quitándole violencia a mi persona. Así también bajó la esquizofrenia, ya no era tan desesperada, tan ajena al mundo. Me sentí tan segura que escribí en forma de un viejo recuerdo lo que me estaba pasando en ese momento, tan asimilado y cuerdo lo sentía.

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