Ya quitamos el letrero. “Dr. Luis Kolteniuk”. ¡El barandal donde hacía acrobacias! Que mis manos no alcanzaban bien. El sillón donde me escondí una vez, permanecí callada aunque escuchaba que gritaban por mí. Los cojines que eran toboganes. La lámpara del cuarto de la tele que me parecía ojos siniestros. La azotea. La bodega prohibida que exploramos como selva. Polvo, libros, polvo, libros. Siempre habrá polvo. Y medicinas caducas en el botiquín.
“El bonito ritual de envolver… el vidrio cuando golpea vidrio, se rompe”. Suena lógico. Es un sonido estridente espantoso. Coloca el vaso a la mitad, dobla el papelito, mete el pliegue, gira media vuelta, rellena el hueco, gira media vuelta. Empacar, envolver.
Pared que no es pared. Pared clóset… clóset enorme. La recámara principal… no siempre, ahora. Con el gran balcón. Donde fumé tantas pipas… Antes fue la recámara de los niños. Tanto para mí como para mi mamá. Quién sabe cómo era en aquel entonces… yo sólo lo puedo evocar como el lugar de alfombra roja y los dos colchones, con un vestidor enorme y siempre ese clóset que guardaba la mesita de plástico y la sillas de colores. Nuestra suite… qué terribles los aullidos de los gatos en las noches.
Un día, hace pocos años, llovió. Los edificios gritaron por un paraguas enorme, pero uno, desde dentro, se aguantaba el dolor de ver el mundo limpiarse con tanta violencia. Yo estaba en la otra casa, bajo la luz cálida de la lámpara de madera. Esta casa seguramente se desvaneció en negrura. Mi perra se quedó afuera por un descuido. Muerta de frío, vivió los soplos de lluvia desde el techito de la entrada. La ametralladora de gotas la agotó de afuera para adentro. Cada cuánto, cuenta el portero de enfrente, corría por el patio porque no podía creer que realmente estuviera cerrada la puerta. Es algo fácil de negar… es posible que uno no haya checado bien, realmente bien.
Cuando entramos estaba roto el tragaluz. Ya había pasado una vez, y esa vez habíamos estado. Una mariposa negra auguró el torrente, y el ruido nos sorprendió. Vimos una cascada caer. La risa y la impotencia se mezclaron en un café amargo con azúcar. Alguien en ese momento tomaba un café amargo con azúcar, en un café bien iluminado, y veía llover. Por eso da nostalgia siempre ver llover fuerte. Alguien más, quizá lejos, quizá muy cerca, presencia una cascada de lluvia en su baño que lo inunda todo. Se inundó todo. Las fotografías se mojaron, y las cajas de la abuela de no preguntes qué son. Esas cajas adheridas a la casa, que ahora también mudamos.
Yo he estado huyendo. Pero ahora le hablo a la pared. Había estado mirando las calles y el parque como si fuera la última vez. Pero esta casa de la infancia… no quise empacar, ni ayudar, ni ver a mi mamá a la cara. Que ni ella ni mi hermana me apapachen… no hay nada como la nostalgia. A mí siempre me pegó de golpe, nada sutilmente ese sutil sentimiento.
La pared siente nostalgia, lo sé. Nostalgia por las manos que recorrieron las puertas del closet que se traban tanto. Todas las que violentamente las destrabaron. Y aquellas que las deslizaron pacíficamente antes de que estuvieran viejas y defectuosas.
Me derrumba una pesadez inexplicable, vuelvo a la cama y no tengo hambre ni ganas de moverme. A la vez inquietud. ¿Por qué me miran todos los objetos, muebles y libreros? ¿Qué quieren? Gritan que las cosas son silencios. Ya me acostumbré, y ahorita hay tanto ruido. Da náuseas. Mi perrita lleva alterada semanas… los animales son más sensibles al lenguaje del entorno. Mi mamá también es últimamente una máquina. Yo no sé cómo le hace para no derrumbarse. Y yo… inconsciente. Hasta ahorita, que no me puedo mover.
¿A dónde se irá mi abuela? Ella todavía vive aquí. Todos nos hemos olvidado que también es su casa. La casa que su esposo, que tanto la amaba, le dedicó con su ganancia de la lotería. La casa de las tertulias de pensamiento y pecado … los amantes cruzados y los traumas de la infancia, todo eso oscuro, tan pesado, pesado que mi mamá lo arrastra pero mejor no hay que hablar de eso, mejor de María, mamá María, segunda mamá María, católica, mexicana, sensible, maternal, ¿dura? ¿fuerte? Yo no sé más… puedo idealizar.
Pero cuando prendemos la vela en memoria de mi abuela aquí tiene sentido. En cualquier otro lugar, la lumbre se desorientaría. Somos mujeres desorientadas.
Casa de soledad. De lluvia que se convierte en polvo. Donde guardamos todo y se perdió en los rincones, olvidamos cuánto cargamos. Lo metemos y lo escondemos y quién sabe si lo olvidamos. Pared… no me mires así con tus bizcas manijas. Debo dejar de decirte pared… ya podrás descansar. Ya vamos a asumirlo. Nos vamos a liberar.
Cuántas veces lo escuché… “ahora todo va a cambiar” “una nueva yo” “voy a ser quien siempre quise ser”. Pero varias caídas, varias muertes, espirales malditas, círculos concéntricos es todo lo que veía. La misma persona, diciendo lo mismo. El cambio trabado.
No creía en las maldiciones, pero sentía en mis entrañas que de aquí no nos podríamos ir. "La literatura no es real", repito. Yo pensaba en la novela sobre la casa que hospeda tres generaciones de artistas distintas, de familias disfuncionales escandalosas que bailan sobre la mesa (con palabras) y toman vino y fuman y ay, las aventuras. ¡Las redes! Las historias. El jardín lleno de bichos y plantas venenosas que nadie podía domar… el veneno en todas partes, no sólo en el jardín. Una familia que no puede salir, no puede vender la casa. Las compradoras entran en coma y el país en estado de epidemia nacional. El día que se iba a firmar el contrato. Demandas de abogados, Caín y Abel en mujeres con una historia edípica de por medio (casa europea). Fantasmas en los sillones. Clósets. Llenos.
"La literatura no es real", repito. Sólo el polvo. Y el polvo se limpia. Nos vamos. Como todos los demás se fueron. Lo llevamos muy lejos, este no era siquiera mi hogar. Se enterró tan profundamente por ser la única constante en toda mi vida. ¡Y yo que me creía desarraigada! Si no tiro ni mi peluche sucio de la infancia. Soy apegada a las cosas. Generan monólogos. Fue una sacudida innecesaria, vivir aquí. La casa exigía una épica despedida. Exigía dejar su huella en algo más, las cosas no le bastaban. Personas… que ahora sienten el peso de las generaciones pasadas.
Pesado y nauseabundo… es el polvo. Ahora llueve, y yo sigo adentro.
24 jun 2010
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